Donde no hay nubes Sicilia se
hunde. El resto del iceberg que ya no se ve, pero que acecha. No soy parte de
mí, ni del iceberg, ni de Sicilia.
Quizás solo sea parte de ti. Una fantasía más que acaba en tragedia. Una
tragedia comercial, ¿desde cuándo la
tristeza es un producto más de Hollywood? ¿Desde cuándo hay protagonista en la
historia?
Habitaciones de hoteles
deshechas. Balcones a ninguna parte. Tazas de café que nunca son vaciadas del
todo. La costa oeste donde ya no reside nadie. Siempre hay una carta de aviso,
pero a veces no somos capaces de admitir las palabras escritas.
Mi obsesión con las diminutas
motas de polvo, que brillan bajo la luz como si fueran luciérnagas, y con el
lado opuesto de la cama. El despertador de la mañana que ya no suena, porque no
hay nadie a quien despertar. Ya no hay caballeros que luchen contra molinos. Ni
tumbas doradas donde yacen mariposas con nombres de reyes. Quizás ya no haya
emperador, quizás nunca tuve corona, ni reino. Quedan las cornamentas
enraizándose en nuestras manos, recordándonos quienes somos y donde quedaron
nuestros sueños.
Solo retumban, en el cuarto donde
descanso, canciones al revés, para recordarnos el pasado. Un pasado que ya no
existe. Los dos amantes del quinto, arropados por el odio del uno hacia el
otro. El odio hacia los días que no existen, aquellos que se olvidan a
propósito. Horóscopo de nieve, frio en el salón. Suicida en el sexto.
Soy un productor de una historia
de decadencia que habla sobre mí y sobre toda la gente que nunca existió en mi
vida, aquella que canta. Soy un cadáver en el interior de un pastel de
cumpleaños. Una grata sorpresa, una grata decepción. Soy un tragaperras que
sonrisas doy y sonrisas quito, vida y desgracia que nunca vomito. Soy el que observa las fotos enmarcadas que
no significan nada. El reflejo de las catedrales en el Sena. El camino que
nunca acaba entre todas las Iglesias. El caminante que cruza Vitoria buscando
perder. Las ruinas que quedan en nuestras almas. Él que quiere dejar de ser la
presa y rio a la vez.
Al final soy aquel que solo podía
ver el mundo en sus ojos y que en el mundo podía ver sus ojos. Sicilia se hunde
y el mar es demasiado inmenso. Ojalá un “Bienvenido a casa, mi cuerpo es tu
hogar y mis costillas tu fortaleza”. Que
aunque los kilómetros se cuenten con
varios ceros, los pasos sean gigantes, y juntas estén nuestras puertas.