lunes, 18 de mayo de 2015

La mala suerte de clavarse los cristales. (La curva elíptica de Taniyama)

“Que a estas alturas me de miedo apagar la luz…”

Una canción de Standstill, un bucle sin fin, la curva elíptica. Las voces que no suenan, las flechas que no avanzan. Aquella serie que termino en una segunda temporada. Quizás faltaron palabras, pero los términos eran claros.

La perfección de Taniyama, su amanecer suicida, la soga no tiene fin, llega al cielo donde se prende. Puede que fuera una cuerda más de las que forman la teoría, una parte de la realidad. De su realidad.

Gritos de mala suerte mientras pasan las hojas del libro. Nunca le gustaron los finales tristes, siempre esperaba algo más. Siempre esperó algo más de sí mismo.  Era un enamorado de las ventanas rotas. De las piedras que rompían cada vidrio de las calles.  Quizás fuera porque él era el que siempre se clavaba los cristales en los pies. Gritos de mala suerte al clavarse las esquirlas en los pies.

Entre la ciudad enferma. Entre los edificios grises que se derrumban al atardecer.  Entre los dos lados de la vida la vio pasar. No era la primera vez, pero si lo fue la última. El hombre del tiempo no había previsto aquel encuentro,  y por lo tanto aquella tormenta. Semáforo en rojo. La vida se para. Y todo se rompe.

Otra vez cristales. Rompiéndose en su interior. Miles de fracturas. Es entonces cuando la sangre comenzó a brotar por todas partes. Las heridas nacían sin parar, que mala suerte. ¿Era todo aquello real? Era imposible de saber, pero todos aquellos cristales rotos fueron enfocados a la luna. La luz salía por todas partes de aquel cuerpo, estaba ardiendo. Era una escena preciosa, era la perfecta simetría de la que hablaba Taniyama. Una constelación más a la que un astrónomo puso nombre.


Las mariposas quemaron todo mientras creaban los hilos de la realidad. Solo un fino hilo separaba lo real del engaño. El mago que hace desaparecer a su ayudante y no puede hacerla regresar. El corazón roto del truco mal efectuado. Los reyes en sus tumbas. Las luciérnagas que se apagan. Taniyama estaba muerto y ellos demasiado vivos.


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