miércoles, 22 de abril de 2015

2 A.M: El Caso de la mujer que decidió volverse un laurel. (Ya ha amanecido y las persianas siguen cerradas)

“May nothing but hapiness come through your door…”

-La otra noche oí  cosas sobre ti.

Colgó el teléfono. Otra vez la había llamado. Ella se dirigió al baño y cerró el grifo que estaba llenando lentamente aquella bañera de agua caliente. Se desvistió y se introdujo en ella. Notó el agua caliente rozando su piel que poco a poco se iba hundiendo. Una vez su cuerpo estuvo sumergido, ella alcanzó la barra de labios que había  dejado en el suelo y se pintó los labios lentamente. Luego, comenzó a pintarse la cara mientras lloraba silenciosamente, muda.

Sumergió su cabeza en el agua.  Dejo atrás los sonidos y cerró los ojos. Notaba que el mundo había desaparecido. Que sus deseos se habían cumplido.  Que solo existía ella en aquel universo propio que acababa de crear. Abrió los ojos y vio el exterior a través de aquella capa de agua. Parecía que estaba lejos, muy lejos, como si hubiera caído en un oscuro océano y cada vez se alejaba más y más de la superficie, de la materialidad del mundo. Por fin se sentía libre y completa. Allí en la soledad de aquel universo infinito. Su única amistad era la noche. Si gritas en la noche nadie te oirá.

Su piel se resquebrajaba  mostrando su interior. Capas y capas de piel se caían.  Al caer, las raíces las alcanzaban atrapándolas entre sus fibrosas extremidades.  De aquellos trozos de piel, comenzaron a surgir flores muertas que desprendían sus dulces fragancias de muerte por la habitación. Estaba en un limbo.

Abrió los ojos y vio como aquellas raíces reptaban silenciosamente por sus piernas, agarrándose a su piel y clavándole las múltiples espinas. Pero no le dolía, era placer, era el placer de dejarlo todo. Aquella sensación le recordaba al encuentro entre la rueca y su dedo.  Aracne ya había muerto.
Aquellas espinas se adentraban cada vez más en su piel y comenzaban a enraizar. Se extendían por sus músculos, sus órganos, sus venas, su sangre… Notaba como cada parte de su cuerpo se iba paralizando, como se endurecían.
                                                             …
Él volvió a coger el teléfono y la llamó. Su imagen permanecía en su cabeza. Podía imaginarla con tanta realidad que parecía que en cualquier momento la pudiera tocar. Pero ella no estaba con él. Ella no quería estar con él. Le huía. Ella no comprendía su amor. Todavía podía recordar esa última conversación en la que le dijo: Déjame en paz. Me das miedo. Estas obsesionad conmigo.

Él solo podía maldecir a los dioses por aquello. Por no permitir su amor. Por hacer que ella huyera. En ese instante sonó aquel pitido que indicaba que debía grabar un mensaje en el contestador.

-Hola. Soy yo de nuevo. Como te dije la otra noche oí cosas sobre ti. Al parecer estas bien y has conseguido un nuevo trabajo. Me han dicho que trabajas en los bosques y que sigues sin encontrar el amor. Sigues sin aceptar mi amor.  Por favor hazme caso, soy yo. Siempre te amare. Soy yo, Apolo.
 Y aquel pitido volvió a sonar mientras en su cabeza se expandía el eco de aquella palabra: Tragedia.
                                                               …
El mensaje sonó en el contestador y llegó hasta sus oídos. El agua se enfriaba y ella seguía en el interior, en paz consigo misma.

Sintió como la primavera llegaba a aquel cuarto y el invierno huía por la ventana buscando el frio del cuerpo de algún ser que se había abandonado en las penurias de su propia existencia. Y ella florecía, se convertía en un laurel que años después sería la corona de algún hombre convertido en Dios al que la población adoraría, como él la adoró.

Eran las dos de la madrugada y Dafne yacía inerte en la bañera entre gruesas ramas que salían de las puñaladas de su cuerpo. Demasiadas vidas para nosotros dos.




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