Mi
único deseo es ser un imperio. Y desaparecer para nunca ser encontrado. Pero
temo que sigan el rastro, las lágrimas, tus cigarrillos tan delicados. Dejé de
llorar en ellos para que dejaran de nacer flores. Y no me valen las flores que
coronan ruinas. Ya no hay emperador. Julio está muerto. Agosto no resucitó. Y
quedas tu tan lejos, en Diciembre, sin el abrigo que te fabriqué con mi piel.
De los arboles han brotado linternas, que iluminan las cartas que enterraste,
el forense ha dicho que se suicidaron. Es un improperio hacia los astros.
Y
ya no puedo volar. Prendieron mis plumas con las velas de tu entierro. Y si
quiero, dejare las persianas cerradas para que no entren las cenizas de la
incineración. ¿Quién ha ardido? Un ejecutivo de un edificio de Nueva York. El
crack del 29 ha llegado al amor. Ríen los niños de aquel parque al ver a las
palomas comer los restos de aquel que cayó. Y te advierto que no fui yo.
Y
Nueva Orleans ya no es nueva. Y las baldosas siguen siendo viejas. Las fabulas
brotan de las cascadas, que nacieron de los ojos de todos aquellos que
sobrevivieron a la ventisca del frio Enero. Ya no llama a la puerta, ha
decidido dejar su adicción, no es sano respirar el humo que desprenden otros.
Y
he encontrado una órbita desconocida debajo de tu edredón. Y tú no te diste cuenta de que ya no estaba.
Quizás fue porque nunca estuve. No debería haber matado al héroe ni haber
cambiado el eje de la tierra. Siento tanto cada error. Es cruel llamar amor al
acto suicida de algún dios. Si los libros no están escritos no se pueden leer,
aunque yo fui escrito, hace tiempo que ya me borré.
Me
dijiste que encontraste una mariposa muerta en la Gran Vía y cerraste la
puerta. Había muerto un policía en la otra acera y sin embargo en la mía no
había restos de migas. De migas de los niños que se perdieron, de los recuerdos
que se murieron, de los ancianos que nunca existieron.
El
libro sigue sin estar escrito y el titulo se ha corrido, aunque tú nunca lo
hayas hecho. Llamaste “felicidad” al
deber de vernos cada día, otra vez equivocabas el recordar con el olvidar. Te dije que no era lo mismo existir que
vivir, y consumiste tu tiempo en un solo sorbo de vino.
Nos
llamamos Mesías el uno al otro y ninguno se clavó en la cruz de aquel
aeropuerto no visitado. El dolor de llamarte y que la línea este ocupada.