Julieta
estaba enterrada en el jardín. Las flores ya cubrían el terreno, y las hormigas
habían hecho de su hogar la tristeza.
-Creo
que me estoy muriendo.
Nadie
la escuchó. Estaba en la última fila de aquel teatro de asientos llenos y a la
vez vacíos .La gente vacía por dentro que siguió riéndose de la escena que
contemplaban. Y otra vez la bomba explotando. Y otra vez tú.
El
buzón comenzó a temblar con el movimiento de las piernas que tejían sin
parar. La red cubría aquella casa donde
algún día Julieta vivió.
.-De
verdad, creo que me estoy muriendo.
Y
decía la verdad, pero nadie la escuchó. Las cortinas estaban cerradas y el
silencio huía entre ellas. El agua goteaba sin parar y la mañana sangraba. Y
Julieta seguía tumbada en la cama, sin querer despertar.
-La
próxima vez sonríe al invitado.
¿Pero
y si directamente no quería sonreír? ¿Y si no le apetecía? ¿Por qué aquella
obligación? ¿Quién obligaba a las aves volar? ¿Quién obligaba a la vida a
matar? Quizás el concepto de libertad era erróneo y sus pasos estaban dirigidos
por una fuerza inmaterial.
-Desátame
las cadenas, por favor.
Aquellas
palabras resonaron en la habitación mientras ella miraba el reflejo abstracto
en aquel espejo roto. Roto como ella. Roto como su vida. Roto como él. Pero él
no existía, por lo menos no en su vida. Se había equivocado de libro, allí la
libertad no existía. Y Alicia hacía tiempo que cayó en la madriguera. Nunca la
encontraron. Cadáver mojado. Puta libertad.
Las
huellas en la arena mojada comenzaban a borrarse. Lo único que podía hacer es
seguirlas. Pero Julieta ya estaba perdida, se había adentrado demasiado en las
aguas grises de noviembre.
-No
escuches a las sirenas, te arrastraran a las rocas.
Julieta
nunca las oyó. Solo pudo escuchar el viento crepitar y las olas avanzar sin
miedo hacía la costa más cercana. Quería oírlas para poder volar como Ícaro. Si
aquella carta hubiera llegado todo sería diferente.
La
obra de teatro aún no había acabado y la gente comenzó a marcharse. Cuando uno
escucha la verdad huye hacía otro lugar, y en aquella obra había demasiada
verdad. Y demasiada mentira. Julieta había oído muy poco, y demasiado a la vez,
por eso siguió sentada en la última fila esperando a que las luces se
encendieran y poder huir.
La
tumba ya había sido cavada hacía tiempo, desde aquel 3 de Abril en el que la
carta tenía que llegar. La historia había perdido el sentido y la orquesta
había dejado de tocar.
-He
dicho que sonrías al invitado.
Romeo
nunca encontró la marca del árbol y Julieta se equivocó de frase en la escena
final. Quizás fue el invierno que la congeló, o la puta primavera que nunca
existió. El caso es que Febrero no pudo hacer otra cosa que despedirse de ella
en aquel jardín lleno de alas, como las de Ícaro. Al final la muerte fue una mentira más de
aquel libro incierto.